Contaba con apenas trece o catorce años, fue testigo del asedio a la ciudad, de las escaramuzas, los fusilamientos, los despojos, los actos de cobardía, de heroísmo o de crueldad. Y fue guardando la memoria de aquellos sucedidos; lo mismo las grandes batallas que los incidentes de apariencia insignificante: la actitud de un general colérico, la conmovedora serenidad del condenado que elige el árbol del cual “quiere” ser colgado, el gesto último con que un cadáver parece contemplar el incontenible, incesante fluir de la vida que ya le es ajena.
Fragmento extraído del libro “Relatos de Revolución” de Rafael F. Muñoz.